“… y hombre hedonista sin corazón”

 

Santiago Ubieto

 

En un artículo anterior se ha insinuado lo que es, para algunos, la postmodernidad que suele explicarse mediante descripciones y sobrentendiendo lo que es el hombre. Pero nuestra sociedad no lo asume demasiado bien o, si se prefiere, no vivimos de acuerdo con nuestras “potencialidades divinas”, en palabras de B. Russell.

 

Algunas características de lo actual nos son conocidas, aunque no sé si las tenemos claras, así: hedonismo, individualismo, vacío,…

 

Estas formas muestran la contradicción en nuestro obrar: individualismo, egoísmo o aislamiento en un mundo abierto y sin límites desde los avances técnicos, desde la revolución científico-técnica que nos permite reducir el espacio y el tiempo en nuestra percepción. Andamos en la masa, con muchos, pero no nos comunicamos vitalmente. Al mismo tiempo empequeñecemos y atomizamos nuestro mundo próximo, construimos microestados, ciudades nuestras, lugares exclusivos,… en un mundo que por su dinámica elimina fronteras físicas, de espacio o de tiempo y las levanta mentales. Un mundo lleno de derechos individuales propios y exclusivos frente a los demás, frente a los que decidimos son distintos, un mundo que se jacta de su preocupación por los derechos, incluidos los de los animales, y, sin embargo construye una serie de submundos, dentro del nuestro y, sobre todo, en la periferia aterradores en los no derechos masificados que somos, en nuestro mundo abierto y sin límites, incapaces de ver por los beneficios materiales que nos reporta. Algunos hablan de la sociedad postindustrial.

 

Hace alrededor de cien años, M. Weber, uno de los grandes sociólogos, aunque su campo era más amplio, ya intuyó la hegemonía de la economía en la sociedad y el desencanto social. En su conocida obra “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” dice al final: “los bienes externos de este mundo lograron un poder creciente sobre los hombres y, al final, un poder irresistible, como no había sucedido antes en la historia” y un poco más adelante sigue: “hombre especialista sin espíritu y hombre hedonista sin corazón, esta nada se imagina haber ascendido a un nivel de humanidad nunca logrado antes”. Esto es perfectamente aplicable a nuestra sociedad, a nuestra postmodernidad, a nuestro postindustrialismo, que tiene otras muchas características.

 

En nuestro caso, el de aquí, hay algo más. Nosotros que hemos recibido como regalo los trozos de democracia y de libertad social en que nos movemos y una notable mejora en nuestro bienestar material, estamos habituados a que, sin apenas esfuerzo, nos lleguen las cosas y creemos, además, tener derecho a esos regalos en una sociedad de derechos y escasas obligaciones. Esto tiene algo que ver con lo que dicen los que hablan de la postmodernidad, con la incredulidad ante los “metarrelatos”

 

Recogemos parte de las corrientes sociales que se generan en lugares mucho más avanzados, sin más, pero tan sólo lo que nos resulta placentero o no requiere esfuerzo.

 

En lo actual surgen dinámicas sociales y, aunque nos arrastran, no sabemos qué subyace en ellas. Tomemos un ejemplo, el consumismo, movimiento social masificado. No sabemos que encierra, tanto en lo individual como en lo social. Pero estamos inmersos en él. En el consumismo, lo que consumimos de manera superflua no es para satisfacer nuestras necesidades normales, es para huir de algo y en ello retrotaernos a cierto primitivismo. Lo que consumimos es trabajo de alguien plasmado en forma de mercancías producidas, gran parte de ellas, por gente de los arrabales de nuestro sistema en condiciones totalmente inasumibles si fuésemos nosotros quienes las produjésemos en esas condiciones de vejación, verdadera esclavitud, etc.

 

En nuestro consumismo compulsivo subyacen aspectos de la fiesta antigua y del sacrificio antiguo, esto nos retrotrae al primitivismo de las religiones. Subyace un utilitarismo burdo; una forma irracional de transformar el mundo; la huida directa por medio del brillo de las mercancías; la transmisión de una ideología desideologizada, pues las mercancías tienen entidad política; late la ostentación, la apariencia, el rol social que queremos jugar; late el poder de unos individuos y de unas sociedades sobre otras. Este del consumismo es un tema largo que no sé si en algún momento será de interés explicarlo.

 

La huida, lo que hace una parte de nuestra sociedad, la huida inconsciente y apacible, uno de cuyos medios es el brillo de las mercancías abundantes que, junto con otras cosas, obnubila la mente social y, junto con esas otras cosas, nos hace frágiles, débiles ante lo que nos va llegando de otros mundos y tan sólo esperamos que nos lo resuelvan sin incomodarnos, es nuestro derecho.

 

Creo que puede ser de cierto interés reflexionar, razonar sobre nuestro mundo y, en él, sobre nosotros entendiendo la razón al modo platónico: “el razonamiento es el diálogo del alma consigo misma” (Sofista). Es algo que podemos intentar en la medida de lo posible.